Cuerpos envejecidos, cuerpos resignificados
- Ana Miel
- 12 may
- 8 Min. de lectura

Todo grupo humano posee unos imaginarios que directa o tácitamente definen lo que es el cuerpo y establecen lo que se debe hacer con él. La representación del cuerpo está profundamente conectada con la historia de interacciones y los vínculos lingüísticos que moldean la imagen inconsciente de cada comunidad y esa relación varía significativamente a lo largo de la historia.
Le Breton (2005) lo explica así:
Nada es más misterioso, para el hombre, que el espesor de su propio cuerpo. Y cada sociedad se esforzó, en un estilo propio, por proporcionar una respuesta singular a este enigma primario en el que el hombre se arraiga. (…) Cada sociedad esboza, en el interior de su visión del mundo, un saber singular sobre el cuerpo: sus constituyentes, sus usos, sus correspondencias, etcétera (7-8).
Y es que no sólo varía el entendimiento del cuerpo a lo largo de la historia, sino también en función de las categorías que identifican y describen grupos de personas que comparten ciertas características y experiencias comunes a lo largo del tiempo, lo que entendemos como generaciones. Cabe mencionar que esta noción implica un análisis profundo de las particularidades que definen cada conjunto de individuos, las cuales están moldeadas por los acontecimientos sociopolíticos, históricos y culturales a los que han estado expuestos en un período específico de sus vidas y cómo desde su fisionomía se han relacionado con ello. En este escrito queremos centrar nuestra mirada en la concepción cultural sobre los cuerpos de las personas envejecientes.
En la antigua Grecia, la voz de Aristóteles resonaba como un eco distante, dividiendo la vida en etapas marcadas por la infancia, la juventud, la edad adulta y, finalmente, la senectud, vista como un ocaso inevitable, un declive hacia la ruina, una enfermedad natural que acechaba. Más tarde, emergería la voz de Platón, con una visión positiva de la vejez, infiriendo que ésta se teje con los hilos del pasado, así subrayó importancia de la preparación y prevención, pues es en la juventud donde se siembran las semillas de la vejez. Luego, en el albor del Renacimiento, las sombras de la vejez se alargaban, rechazadas y temidas, como fantasmas que acechan en la penumbra. Se evadía el tema de la muerte, y la vejez se cargaba de narrativas melancólicas, cargadas de supersticiones y enredos. Sin embargo, en medio de la oscuridad, Cicerón enalteció la vejez con palabras de respeto y veneración, él comprendió el papel fundamental que juega la sociedad en el camino del envejecimiento, reconociendo que las experiencias compartidas dan forma al viaje de cada individuo.
Es importante escudriñar qué rezagos de esos relatos aún salpican nuestros imaginarios y comprender también nuestro entorno social, político, económico y cultural, para advertir cómo ello no sólo condiciona la autopercepción de las personas mayores, sino que también rodea el proceso de envejecimiento de quienes ya nos encontramos al menos en la mediana edad y condicionará también nuestra mirada futura sobre la condición del cuerpo envejecido.
Las dinámicas culturales del hombre moderno y occidental transcurren en una suerte de transparencia del calendario evolutivo de los cuerpos, en un vivir basado en los ritmos del sistema productivo, desatendiendo los propios biorritmos y el envejecimiento que le ocurre incesante y diariamente; cuando al fin, la reflexión se posa sobre el proceso de elaboración social de los cuerpos, lo que aparece es la idea de deterioro como un producto de las leyes naturales. Sobre esta noción se han construido y legitimado esquemas interpretativos de la realidad, manifiestos en discursos y actitudes que se difunden en la familia, la academia, medios de comunicación y demás instituciones sociales.
Esta articulación peyorativa sobre el cuerpo envejecido es remarcada en una cultura donde el ideal dominante del cuerpo es de belleza, juventud y productividad y donde se elude el hecho de que el cuerpo del adulto mayor atestigua un cambio programado genéticamente que exhibe capacidad de desarrollo transformación y la exploración de nuevas empresas.
Hoy día, existe una latente necesidad de repensar el papel de la cultura corporal, en aras de crear espacios alternativos, adecuados y funcionales para todas las edades, puesto que el cuerpo es, además de lo que nos vehicula como individuos en esta existencia, el espacio de observación y conocimiento para elaborar el trabajo evolutivo del ser humano; así pues, la percepción que un adulto mayor tenga de su fisionomía condiciona su manera particular de encarar la conciencia de su propia finitud y la reformulación de un proyecto de vida que integre sus posibilidades reales desde el goce del hacer y el máximo provecho de sus recursos internos y externos.
Fierro (1994) explicaba que el envejecimiento se inicia al finalizar la juventud y se entrelaza con la maduración y el desarrollo a lo largo de la vida adulta. Esta postura advierte que la reflexión sobre nuestras formas de comprender, habitar y expresar el envejecimiento debe ocurrir tempranamente, si los individuos desarrollamos la capacidad de proyectar y dirigir nuestras acciones de manera coherente a los recursos de cada etapa de la vida, podremos llegar a sociedades menos asistencialistas, más autónomas, conscientes y con mejor calidad de vida. Esta consideración la encontramos más adelante en el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre envejecimiento, presentado el 12 de abril de 2002, el cual aboga por la necesidad de una garantía global de que las personas puedan envejecer con seguridad y respeto, contribuyendo activamente a sus comunidades como ciudadanos en plenos derechos y ello implica reconocer que los pilares de una vejez saludable y enriquecedora se establecen desde etapas tempranas de la vida.
Trasladar la mirada del deterioro hacia el concepto de curso o trayecto de vida nos permite concebir el cuerpo envejeciente como algo que se va transformando de manera ineluctable, pero no necesariamente perniciosa; desde esa nueva concepción es posible realizar un trabajo de duelo frente a la transitoriedad y el transcurrir del tiempo con todo lo que ello implica, tanto a nivel periférico, como a nivel cinestésico, y a resignificar la condición del nuevo cuerpo con miras hacia el disfrute de éste en el presente y a la inserción del mismo en proyectos significativos para el tiempo que queda por vivir. Contrariamente, mantener el ancla en una percepción de cuerpo deteriorado y medicalizado sólo deviene en una revuelta anímica contra el duelo y en un mayor dolor emocional por la resistencia ante lo ineludible del paso del tiempo que ello implica. Ahora bien, la elaboración psíquica que un adulto mayor haga sobre su propio cuerpo requiere, no sólo lo que éste pueda extraer de su propia historia, sino y sobre todo unas relaciones intersubjetivas que le procuren un entendimiento solícito y amoroso de su fisionomía y las posibilidades que ésta le ofrezca para vivir sin dolor la oscilación entre pérdidas y ganancias que hay en el envejecimiento, forjar nuevas habilidades y canalizar su energía y acciones hacia la realización de las propias aspiraciones.
Ryff (1989) bellamente expresa que el envejecimiento es un proceso de madurez en el que el crecimiento es todavía posible, en la medida que exista un funcionamiento positivo, esto implica una elaboración propia en las dimensiones de aceptación, autogestión, conocimiento y mejoramiento a nivel personal, intención y aspiración en la vida, relaciones armoniosas con otros y potestad del entorno. Construir sociedades funcionales y de bienestar para las generaciones envejecidas implica adoptar una visión amplia sobre la interactividad de las bioestucturas, las psicoestructuras y las socioestructuras cuando el ser humano evoluciona y desde allí acompañar a estas personas a comprender cómo y desde qué discursos han atravesado diferentes etapas y experiencias a lo largo de su vida, cómo han vivido sus cuerpos en momentos de transición y puntos de inflexión y cómo esto ha influido en sus maneras de conocer, habitar y expresarse a sí mismos y a su mundo vivido; entendiendo en este punto, la transición como el finicio (ese punto ambigüo que es, a la vez final, a la vez inicio) entre situaciones específicas de la vida y los puntos de inflexión como momentos cruciales en esa trayectoria, que marcan un cambio significativo o un punto de quiebre en su continuidad.
Es imprescindible además que la resignificación de la experiencia del envejecimiento en nuestra cultura tenga lugar en las diferentes instituciones que la componen; en la familia como ese ente primario de convivencia y cuidado, en las academias y medios de comunicación que juegan un papel tan relevante en la modelación de los imaginarios colectivos, en las iglesias que tienen una gran cuota de injerencia en la interpretación de la realidad, para gran parte de la población envejecida, en los centros de salud que desde su hacer tienen un gran potencial para nutrir la experiencia del bienestar con prácticas somáticas y finalmente en las demás instituciones sin ánimo de lucro que tienen su mirada puesta sobre el mejoramiento de la calidad de vida de esta población.
El modelo SOC (selectividad, optimización y compensación) nos habla de que el arte de envejecer con éxito no reside en eludir las pérdidas, sino en abrazar y transformar estos desafíos con gracia, logrando superar las adversidades que aparecen en el camino. El brote de este florecimiento solo es posible si existe un entrelazamiento de elaboraciones personales y de ajustes en las estructuras sociales. Además, se resalta la poesía del movimiento: una mayor actividad física se vincula con un menor declive cognitivo, lo que significa que las prácticas somáticas no sólo derivan en mayor habilidad física, sino también en un aumento del vigor mental.
Moliver (2011) realizó un estudio con 211 mujeres entre 45 y 80 años practicantes de yoga, descubrieron que a mayor experiencia en esta disciplina hay una mejoría en las capacidades mentales, mayor vitalidad subjetiva y un elevado sentido de trascendencia, es decir, una conexión más profunda consigo mismas, con los otros y con lo otro, todo ello se resume en un alto nivel de bienestar físico y psicológico. Por otro lado, en un estudio realizado por Prakash (2012), se comparó la función cognitiva entre personas que han meditado durante un lapso de diez años y aquellas que nunca lo han hecho, revelando que los meditadores muestran un mejor desempeño en tareas de atención, velocidad de procesamiento, la habilidad para cambiar de foco entre diferentes tareas, y en pruebas que requieren manejar distracciones.
Esta es la razón por la cual es tan importante construir redes de atención, reflexión, formación, co-creación para fomentar una actitud y actividad creativas, que sean beneficiosas para las generaciones más envejecidas, generando variadas posibilidades en campos como el ocio, la cultura, la educación, y las perspectivas de crecimiento personal, formación y disfrute del tiempo libre; e impulsando una transformación socio-cultural con individuos conscientes de que cada uno de ellos se encuentra cada día cambiando, envejeciendo, evolucionando y desde esa distinción viva sus tránsitos desde el goce y máximo provecho de lo que su estructura le permita en cada estadío de su vida, alejado de enfoques puramente instrumentales productivos.
En la médula de un paradigma centrado en el autocuidado, el entendimiento y cuidado amoroso del individuo adulto y envejecido, se encuentra también el trabajo colaborativo entre distintas generaciones, esto subraya la necesidad de un cuidado integral y consciente del ser humano a medida que avanza en edad, junto con el valor del intercambio y apoyo mutuo entre diferentes generaciones en la búsqueda no solo el bienestar físico y emocional de los individuos, y en la promoción de una sociedad donde la cooperación y la comprensión mutua trascienden las barreras de la edad y se desarrollan en ambientes de respeto, aprendizaje y ayuda recíproca. Así, al tejer una red de apoyo y oportunidades, permitimos que el cuerpo envejecido brille con la luz de su plenitud, nutriendo no solo sus sueños, sino también el tejido mismo de nuestra humanidad compartida.
REFERENCIAS:
Le Breton, David (2005). Antropología del cuerpo y Modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión. Recuperado de: https://perio.unlp.edu.ar/catedras/iddi/wp-content/uploads/sites/117/2022/04/le-breton-antropologia-del-cuerpo-caps-1-2-3.pdf
Moliver N, Mika E, Chartrand M, Haussmann R, Khalsa S. La experiencia del yoga como predictor del bienestar psicológico en mujeres mayores de 45 años. Int J Yoga. 2013 Jan;6(1):11-9. doi: 10.4103/0973-6131.105937. PMID: 23440029; PMCID: PMC3573537. Recuperado de: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3573537/
Petretto, D., Pili, R., Gaviano, L., Matos, C. & Zuddas, C. (2016). Envejecimiento activo y de éxito o saludable: Una breve historia de modelos conceptuales. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 51 (4) pp.229-241. https://www.elsevier.es/es-revista-revista-espanola-geriatria-gerontologia-124-articulo-envejecimiento-activo-exito-o-saludable-S0211139X1500205X
Prakash, R., Rastogi, P., Dubey, I., Abhishek, P., Chaudhury, S. y Small, BJ (2012). Meditación concentrativa a largo plazo y rendimiento cognitivo entre adultos mayores. Envejecimiento, neuropsicología y cognición, 19 (4), 479–494. https://doi.org/10.1080/13825585.2011.630932
Ryff, CD (1989). La felicidad lo es todo, ¿o no? Exploraciones sobre el significado del bienestar psicológico. Revista de Personalidad y Psicología Social, 57, 1069-1081. Recuperado de: file:///C:/Users/anade/Downloads/Ryff1989.pdf
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